
He conseguido acostumbrarme a la lluvia, que regala pequeños momentos intensos en belleza, en colores. La ausencia de montañas permite a los pensamientos recorrer grandes distancias hasta el horizonte, en el mar verde de estas tierras bajas. El aire siempre es fresco y la humedad ensortija mi pelo, más rebelde que nunca. Paseo en bicicleta por los caminos, entre los campos de trigo y pasto, bajo fresnos y álamos. Es cuatro de agosto pero no oigo a las cigarras. Mis biorritmos alterados sacuden la memoria buscando mediterraneidad para equilibrarse.
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